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29 de septiembre: Día de la Concientización sobre la Pérdida y el Desperdicio de Alimentos

Según datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), en el mundo existen 821 millones de personas subalimentadas. Aproximadamente 1/3 de los alimentos que son producidos son desperdiciados, es decir más de 1.300 millones de toneladas que podrían estar alimentando a 2 billones de personas.

Para muchos países, el COVID-19 dejó manifiesta la necesidad de transformar y reequilibrar la forma en la que se producen y consumen los alimentos; y es que ante la ruptura de la cadena producción-consumo (en lugares como hoteles y escuelas entre otros), los primeros han perdido una fuente importantísima de abastecimiento generando cantidades industriales de alimentos que debieron ser dejados de lado.

El año pasado, la 74ª Asamblea General de las Naciones Unidas designó el 29 de septiembre como el Día Internacional de Conciencia de la Pérdida y el Desperdicio de Alimentos generando nuevos desafíos para el sector alimentario e incluso para los consumidores.

En primera instancia, según en qué momento de la cadena agroalimentaria se produzca el derroche de alimentos su denominación varía: las “pérdidas de alimentos” se producen a lo largo de las etapas de producción agropecuaria, almacenamiento y procesamiento. Por el contrario, cuando los mismos son descartados durante la etapa de distribución y consumo estamos frente al “desperdicio de alimentos”. En esta dinámica tanto productores como consumidores son actores principales para modificar estos números alarmantes.

El objetivo de la fijación de una jornada recordativa anual específica permite concientizar sobre la importancia y la urgencia que tiene reducir las pérdidas y el desperdicio de alimentos y multiplicar su donación, con actividades que resalten los beneficios sociales, ambientales y económicos de hacer frente a esta problemática de cara a la construcción de sistemas alimentarios más sostenibles.

Cada uno de los alimentos que se pierden y se desperdician, son también recursos mal empleados (como el agua, la tierra, la mano de obra, el capital y la energía) y sobre todo la eliminación de los mismos genera emisiones de gases de efecto invernadero contribuyendo al cambio climático.

En un mundo donde el número de personas afectadas por el hambre ha aumentado considerablemente y la crisis ambiental cada vez va tomando mayor protagonismo, ajustar nuestros consumos alimentarios podría ser el granito de arena con el que podemos ayudar al futuro global.