Según la Cámara de la Industria y el Comercio de Carnes (CICCRA), en 2019 el consumo de carne vacuna se ubicó en 51,2 kilos (con una baja del 9,5% en relación con 2018) alcanzando el nivel más bajo de la última década.
A principios de los ’90 en nuestro país se consumían unos 70 kilos de carne vacuna per cápita por año y en comparación, la ingesta de pollo era tres veces menor, con un total de 26 kilos. Sin embargo, en los últimos años esta tendencia comenzó a revertirse e incluso la industria porcina aumentó sus números considerablemente.
Según las estadísticas del SENANA, el Instituto de Promoción de la Carne Vacuna Argentina (IPCVA) y la Secretaria de Agroindustria de la Nación, cada argentino está consumiendo 46 kilos de carne de pollo contra 49 kilos de carne vacuna; la brecha entre el bife y el asado y el combo pechuga, pata y muslo, cada vez es menor; siendo la primera vez en la historia que el consumo de carne aviar casi equipara a la bovina. La bondiola, las costillitas y el matambre de cerdo alcanzan números históricos con un consumo de 17 kilos anuales (cabe recordar que la carne porcina es la de mayor consumo mundial).
En comparación con 2018, la producción avícola registró un aumento del 9% y desde el Centro de Empresas Procesadoras Avícolas (CEPA) esperan una mejora del 3,5% en volumen durante el 2020.
Las exportaciones también mostraron un gran crecimiento en los últimos años. En 2019 la cifra llegó a 271.500 toneladas, que representa un valor de 435 millones de dólares y un incremento del 31% con relación al 2018.
En el último tiempo hubo una importante desmitificación de la carne de pollo, motivo por el cual pasó a ser considerada por los consumidores como un alimento saludable; incluso de digestión más sencilla que las carnes rojas. Ante un contexto de crisis económica, la industria avícola se presenta como una alternativa atractiva para el bolsillo de los argentinos.