La movida comenzó en Dinamarca, cuando a principios de este año se presentó el proyecto de un nuevo impuesto a las grasas saturadas de los alimentos, en busca de una mejora en la dieta de los habitantes. El mismo impuesto fue aprobado en Hungría -efectivo desde el 1 de Septiembre-, donde los índices de sobrepeso y obesidad muestran un considerable incremento de las enfermedades asociadas al consumo de alimentos ricos en azúcar, sal e hidratos de carbono.
La inquietud se trasladó al Reino Unido donde empezaron a vislumbrar la posibilidad de implementarlo, pero donde -por otra parte- el Departamento de Salud comenzó a trabajar con las compañías alimentarias para reducir el índice de azúcar, grasa y sal en los alimentos para que resulten más saludables. Aquí también asustan los pronósticos que indican que “en cuatro décadas la mitad de la población será obesa”, sin olvidar que el incremento de esta enfermedad provocará un aumento de los costos sanitarios, por encima de los nueve mil millones de libras, cifra que se destina al sector en la actualidad.
Esta propuesta del «impuesto a las grasas» o «impuesto al Fast Food», que recién este año ha tomado fuerza y genera tanto debate, es algo de lo que se habla desde el año 2003, cuando un grupo de médicos británicos propuso la medida como método para combatir la obesidad. Investigaciones realizadas por expertos del Reino Unido, indicaban ya en ese momento que con una medida semejante se lograrían reducir las enfermedades cardiovasculares y se salvarían al menos 3.000 vidas al año. Mientras tanto, la alternativa al impuesto al Fast Food con la que trabajan en este país es la Campaña Nacional de Nutrición. El Change4Life es un programa en el que a través de vales de descuento se accede a alimentos saludables a un costo menor.
El mismo fantasma de la obesidad ronda a Portugal, donde el Colegio de Médicos propuso al Ministro de Salud, crear un nuevo impuesto que grave todos los alimentos que se consideran poco saludables. Francia no escapa a esta corriente y estudia la posibilidad de gravar con nuevos impuestos a aquellos alimentos que presenten un contenido graso más elevado y a las bebidas con exceso de azúcares. En tanto que en España la Federación de Usuarios Consumidores Independientes, ha enviado al Ministerio de Salud, Política Social e Igualdad una propuesta para la implementación del impuesto a la grasa, pero, en este caso, con el objeto de destinar lo recaudado a abaratar los alimentos considerados saludables.
La problemática de la obesidad y de los malos hábitos alimenticios es un fantasma que acosa a muchos países, incluso el nuestro. La idea del impuesto al Fast Food se contagia como peste, pero muchos en el viejo mundo miran la medida con recelo y advierten, frente a la crisis económica y la recesión, un interés más bien recaudador antes que protector de la salud de los habitantes.
Las voces opositoras son varias, el debate es duro y los argumentos también:
-Antes que sancionar a los consumidores con un impuesto, lo lógico sería obligar a las empresas a proporcionar alimentos saludables.
-Mejor que grabar el Fast Food, sería hacer más accesibles con menor carga impositiva los alimentos beneficiosos.
– Sería mejor preparar un paquete legislativo que obligue a las empresas a mejorar los productos que comercializan en lugar de crear un nuevo impuesto cuyo único fin parece ser recaudar fondos para “mejorar la salud” de las arcas del Estado.
Mientras tanto en la Argentina, donde el gobierno ataca el problema con planes como la Campaña Nacional Argentina 2014 Libre de Grasas Trans o la Campaña Nacional para la promoción del consumo de frutas y verduras, las cifras también son alarmantes. Según datos del Ministerio de Salud de la Nación, el exceso de peso afecta a más del 50 por ciento de los habitantes, sin olvidar que este tipo de enfermedad (ECNT: enfermedades crónicas no transmisibles) es responsable de más del 60 por ciento de las muertes anuales.
Tal vez sea momento de empezar a pensar más seriamente ¿qué queremos hacer? para combatir esta enfermedad calificada por la Organización Mundial de la Salud como “la pandemia del siglo XXI”, que no sólo afecta en forma creciente a la población mundial sino que arrasará con los sistemas de salud en todo el mundo, si no se le da la debida importancia.